Luis Enrique emigró a Italia con las maletas cargadas de ilusión, pero en menos de un año su sueño de triunfar en el Calcio se ha desvanecido. La decisión de abandonar la Roma está tomada y ni el apoyo unánime de la plantilla, ni el respaldo de la directiva le harán cambiar de parecer.
Allí entre los aficionados y la prensa la paciencia con el gremio de los entrenadores es aún más limitada que en España. En el país del catenaccio prima como en ningún otro sitio el resultado, y en este sentido la suerte no se ha aliado con él. Lucho fue presentado como una de las nuevas apuestas en el fútbol italiano, pero en estos momentos su despedida es inminente. Europa se convirtió en una obligación y no ha cumplido, sin importar que el vestuario fuera uno totalmente nuevo.
Casi le han exigido por el Olímpico de Roma una reencarnación del Barcelona de Pep Guardiola. Algo imposible por tiempo y materia prima. Las obras de arte no se crean de la noche a la mañana, tampoco existen las varitas mágicas que transformen a Gago en un Xavi o a Bojan en Messi. Los recursos de Guardiola no son los de Luis Enrique y las segundas partes nunca fueron buenas. El error estuvo en tomar referencias del primer equipo del Barcelona cuando él entrenaba al filial.
En el Barça B no tocó techo hasta su tercer año, es decir, el fútbol de su equipo experimentó un proceso natural de reproducción: nacimiento, crecimiento y maduración. Tres temporadas y tres fases claramente diferenciadas que los aficionados romanos querían unificar en sólo una.
Es bien sabido que la fruta no se recoge hasta que no esté madura. El gestar el éxito en tiempo récord en el mundo del fútbol es imposible, algo que ya advertían las predicciones en apuestas deportivas, incluso para los más acaudalados que compran clubes a modo de pasatiempos, a no ser que te llames Guardiola y tengas a los dueños del tiqui-taka escudando a la Pulga.
Luis Enrique guarda silencio y no confirmará nada hasta después de la última jornada del campeonato. La Roma cerrará el curso con una visita a Cesena con el único aliciente de defender la séptima plaza.
