Lo que en países del primer mundo vendría a ser como vivir en el mismísimo paraíso, dedicarse a impartir justicia en la Liga de Honduras es una auténtica pesadilla: lo único que queda es un rosario de críticas, constantes insultos y un salario ínfimo…
Contrario a lo que muchos puedan pensar, en nuestro país el referato no es una carrera con la que se pueda subsistir exclusivamente; sin embargo, son de los profesionales a los que se les exige mayor perfección en su carrera.
“Solo con el dinero que se recibe del arbitraje acá en Honduras uno se muere del hambre. Yo, en mis tiempos mozos, dirigía tres juegos al mes y con eso me ganaba unos 15 mil lempiras. Con ello no se puede vivir, porque de allí hay que sacar los gastos para combustible y comida”, aporta el central Mario Moncada, hoy retirado del pito y con ganas de regresar para el Clausura.
Hay de rango a rango…
Algunos cuestionan el nivel de los tocapitos catrachos respecto al de los extranjeros, pero pocos reparan en las diferencias abismales que existen en el aspecto económico. Para plasmar las distancias entre uno y otro mundo, basta mirar los ingresos de árbitros como los de la liga brasileña, que son los mejor remunerados en América.
Y es que en la tierra del fútbol y el carnaval un juez central, con gafete FIFA, supera en más de 10 ocasiones los 4 mil 575 lempiras que gana un nazareno hondureño en un juego normal de Liga. “Esto nada más lo tenemos como un relajamiento mental y físico, pero es imposible decir que solo con eso vamos a sobrevivir”, acepta Moncada, mientras los jueces que ofician en la Liga Nacional se encuentran en el ojo del huracán, cuestionados por casi todos los clubes cada vez que finaliza una jornada.
Mucha presión, pocos ingresos…
La exigencia va desde la afición hasta los propios dirigentes, tal como lo dejó de manifiesto recientemente el Real España, que para el clásico ante Olimpia de la pasada jornada había pedido jueces foráneos.
“Lo que los árbitros ganamos en un partido, los jugadores se lo ganan en cinco minutos; acá piden mucho y pagan muy poco”, sintetiza Moncada, quien, tal como lo ha hecho en el campo, es complementado por el asistente Jack Rodríguez: “Nosotros lo hacemos porque nos gusta, pero no por un beneficio económico, porque, por lo menos en este país, no es rentable esto”.
Los escasos ingresos conllevan a que en el país no haya un tan solo colegiado que pague sus cuentas únicamente de lo que devenga cada vez que es designado para dirigir en el campo, por lo que todos están obligados a llevar otra actividad a la par del silbato; muy distinto de lo que sucede en naciones como Inglaterra, donde los réferis solo se dedican al referato.
“Si aquí no se tiene otro trabajo nunca podría vivirse solo del arbitraje. Definitivamente no ajusta lo que se gana por la cantidad de nombramientos al mes”, aporta, por su parte, Carlos Pastrana, exasistente mundialista y miembro de la Filial de Tegucigalpa; hay sectores, pocos eso sí, que parecen entenderlos: “Yo no hablo de los árbitros porque un día se equivocan y el otro te benefician. Esto es fútbol”, admite Danilo Tosello, DT del León.
Trabajar en otro campo…
La dualidad de funciones que deben cumplir obligatoriamente los “de negro”, hace que gran parte del tiempo lo inviertan en su otra actividad y que, consecuentemente, no le dediquen las horas que requiere una carrera tan compleja como la del arbitraje.
“Llegaba a mi casa de mis labores cotidianas a las 10 de la noche y tenía que ir a la cancha a hacer mis prácticas, porque no tenemos chance en el día”, cuenta el enérgico y calvado Moncada; Mateo Yibrín, uno de los principales críticos del arbitraje, consideró esta semana reunirse con los presidentes de los cuatro grandes para empezar a pagar cursos de primer nivel para los jueces, al tiempo que la tarifa por juego subirá a partir de 2013, a raíz de una revuelta liderada por Benigno Pineda.
Con todas esas complejidades de salario y tiempo, los hombres de negro aspiran a lograr lo que han estipulado otros países del mundo, en los que se paga un salario mensual fijo. “Sigo soñando con ser presidente de la Comisión, profesionalizar a los árbitros y preguntarles: ¿‘Cuánto gana en su trabajo?’ Si devenga diez mil, hay que darle veinte mil y que se convierta en un profesional”, se ilusiona Moncada, el oriundo de Talanga…
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