Un día después de su llegada a Honduras, Luis Fernando Suárez se presentó en las oficinas de diario EL HERALDO.
Harto y cansado de hablar las últimas 160 horas de fútbol, lo hicimos más humano. Pero claro, antes le pusimos la bandera de Brasil y le pedimos que escribiera lo que se le viniera a la mente en ese momento.
El reloj marcaba las 2:15 de la tarde cuando el colombiano cogió el marcador y escribió en un costado: “Allá estaremos”. Puso su firma y “ponga la fecha en la que llegué, porque tengo la convicción de que estaremos en el Mundial”, dijo entonces.
Ese día, Suárez firmó el pacto de la clasificación en EL HERALDO y aquella bandera pasó al “tesoro nacional” de ZONA, donde se guardan los objetos más preciados de nuestros entrevistados históricos.
En ese entonces, Suárez se confesó e informó ser católico, amantes del fútbol, casado con Luz Marina Sánchez y que como jugador fue defensa.
“En la actualidad no hay ninguno tan malo como yo”, dijo, pese a que fue campeón con el Atlético Nacional del torneo colombiano y la Libertadores.
Contó que tiene un pequeño negocio de fragancias con su familia, que Álvaro Uribe llegó a la presidencia de Colombia justo en el momento que se necesitaba. Dijo ser un mal bailarín, en cambio un buen amante de la música social: Joan Manuel Serrat y la trova cubana por estandarte. Lector de novelas y biografías, y que con sus amigos lo menos que se habla es fútbol.
Y que para ser su amigo solo es necesario una cosa: “La lealtad. Con eso, cualquier otro valor es secundario”, contestó.
Suárez confesó que en el colegio era “un nerdo”, no reprobó nunca ninguna materia.
En ese entonces dijo ser mal cocinero, pero que su vicio era comer al estilo gourmet.
Que ama la cocina peruana, italiana y japonesa, que es un empedernido de los vinos y el café y que su palabra vale más que nada. Quizá por eso hoy estamos en el Mundial de Brasil 2014, porque esa tarde en esa bandera nos dejó más que una promesa, nos dejó su leal palabra.