Por Román Iucht
Había que verlos. Faltaban pocos minutos para que Sudáfrica 2010 fuera una realidad y ellos dos levantaban sus manos cual reinas de la primavera saludando a la multitud. El Soccer City vibraba excitado esperando el debut del seleccionado local, las vuvuzelas atronaban con su sonido característico y esa extraña pareja, que de Jack Lemmon y Walter Matthau tenía poco, recibía la gratitud del público. Joseph Blatter y Jacob Zuma, presidentes de la FIFA y Sudáfrica respectivamente, eran como dos rock-stars. Juntos inauguraban oficialmente la Copa del Mundo de fútbol y la presentaban casi como un gesto de caridad, de justicia con el continente africano. Estar allí y verlos, servía para una vez más, entender los estrechos lazos que se unen entre política y pelota, y sobre todas las cosas para analizar todo lo que gira alrededor de esa simple esfera de cuero.
El jueves tres de diciembre la FIFA volvió a demostrarlo. Su mensaje retornó con toda la fuerza. Se trata de una corporación única, una multinacional que vende una industria llamada fútbol. El discurso está bien armado: por delante se adorna con pompa dialéctica la idea de expandir el juego y llevarlo a todos los rincones posibles del planeta, casi como si se tratara de una fundación filantrópica. Es un eufemismo extraordinario, ideal para maquillar todos los otros intereses.
La realidad es una bien distinta. Los capitales rusos y los petrodólares qataríes son aeropuertos notables en donde la FIFA sabe que puede aterrizar y obtener cuantiosas ganancias. Para la realización de ambos eventos, será necesaria la construcción de cerca de veinte estadios. Allí está la punta del ovillo. La razón de las razones.
Desde lo geopolítico, Rusia naturalmente ocupa un espacio trascendente en el mundo occidental, pero desde la fragmentación de lo que fue la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas su poder futbolístico se redujo claramente. Será lindo conocer la Plaza Roja del Kremlin y los castillos de San Petesburgo si es que la pelota siempre tan generosa, decide llevarnos, pero la designación sigue resultando polémica.
Ni que hablar de Qatar. Nadie en su sano juicio podría pensar que éste fastuoso país, de exponencial crecimiento económico a partir de sus reservas de petróleo, pudiera clasificarse para participar en un mundial de fútbol. Si la única manera de jugarlo era organizándolo, los billetes en cantidad y las profundas arcas de la FIFA que todo lo aspiran, se combinaron para un procedimiento que, aunque suene parecido en su cacofonía, invita a pensar mucho más en la transacción que en la votación.
En cualquiera de los casos no sorprende. La designación de las sedes anteriores tuvo igual o más sospechas que las que se hicieron ahora, con votos comprados o fuertes presiones para acompañar con gestos de obediencia debida. Los eventos deportivos, como casi todo en el mundo, se rigen en términos de estricto negocio. Investigaciones con datos escandalosos se dan en todos los ámbitos y de ello pueden dar fe también, los primos hermanos del COI (Comité Olímpico Internacional), quiénes tampoco están libres de pecado como para en una primitiva prueba de lanzamiento de bala, arrojar la primera piedra.
Los que así lo deseen, podrán comprar el discurso oficial que declama la intención de abrir las fronteras del fútbol a rincones marginados. Otros analizaremos la realidad, sosteniendo que a la FIFA el fútbol, como juego, le importa poco y nada y que los objetivos que persigue no tienen nada que ver con descubrir nuevos talentos en países sin tradición futbolera.
Mundiales con treinta y dos selecciones, con equipos de nivel impresentable. Sedes con recursos limitados en recónditos lugares pero con estadios fastuosos (¡como olvidar la increíble Polokwane del Argentina 2- Grecia 0!) y un nivel de juego cada vez más chato. Equipos con escaso tiempo de preparación y jugadores extenuados que llegan al campeonato del mundo estresados física y mentalmente. Temperaturas agobiantes y estadios muchas veces despoblados. Nada importa, el show debe continuar.
Algunos seguiremos pensando que el fútbol es demasiado deporte para ser solo negocio. Ellos están seguros que en realidad y por el contrario, se trata de demasiado negocio para ser solo deporte.
*Román Iucht : Se desempeña en lanacion.com y en Radio Continental donde tiene su propio programa “ Tirando paredes” que se emite los sábados de 18 a 21 hs. Colabora también junto a Víctor Hugo Morales en “La Competencia” el clásico programa deportivo de la radio argentina.