Fernando Pacini, escribe para La Nación de Argentina
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Por Fernando Pacini
Tottenham, el rival de Real Madrid en los 4tos de la Champions, es un equipo atractivo, generoso y desconcertante. Cuando se siente cómodo con el partido y sus responsabilidades, da gusto verlo jugar. Cuando no encuentra la fórmula y los brillos individuales no alcanzan, queda en evidencia la peor parte de este equipo en formación.
Imaginarse al Real Madrid atacándolo furiosamente en el primer partido en el Bernabéu debe causarle pánico al veterano entrenador, Harry Redknapp. Si algo distingue al Madrid, es la velocidad de sus transiciones. Eso podría caer como un martillo sobre la defensa inglesa, apta para la disputa física, pero a velocidades más normales. La fiabilidad defensiva de Tottenham es de cristal. Salvo que el partido, en el devenir, se acomode más a sus conveniencias, entonces, seguirá siendo un equipo con grandes problemas para defender bien, pero dispuesto a resolverlo.
El mediocampo es la mejor parte. Dos volantes centrales que combinan capacidades en el corte y la distribución, Sandro y Modric; Lennon en la derecha, Bale en la izquierda y Van der Vaart de 10 (Pienaar o Palacios suelen ser los reemplazos habituales). Hay de todo, y muy bueno.
Sandro es el nexo con la última línea; un futbolista con desplazamientos cortos para compensar defensivamente. Modric es el eje. Apenas encuentra regularidad en su juego, crece la tentación de admirarlo. Cualquiera podría imaginarlo en Barcelona, tocando, preparando el más elaborado de los ataques. Tiene la figura de un duende, pero su fútbol es gigante. Preciso, profundo para el pase que decide la ofensiva; de su rendimiento depende la buena salud del equipo.
Los extremos son la compañía ideal. Lennon ya ha dejado de ser un jugador precoz, y el galés Gareth Bale, aún siéndolo con sus apenas 21 años, explotó con una fuerza arrasadora en esta temporada. Se ha confirmado como un futbolista de clase. Tiene una potencia aplastante y un remate temible. Ha mejorado el desborde y la calidad de sus centros. Su velocidad a veces es superior a la del partido; el tiempo le hará notar que un buen freno puede hacerlo más veloz todavía.
Van der Vaart es el socio de todos, basculando entre los extremos, y entre Modric y el delantero centro. Su magnífica pegada agrega una herramienta: la media distancia y la pelota detenida. Se lo nota a gusto y con más ánimo que en Madrid.
Si el 9 es Crouch, el equipo se perfila de un modo. Si es Defoe, la tendencia cambia. Con Crouch y su 1,98 metros es inevitable pensar en el juego alto. Parece cuento, pero a pesar de semejante estatura, no es un gran cabeceador, y tampoco un goleador temible. Sin embargo, nadie discute su utilidad. Defoe invita a otro juego. Redknapp se decidirá por uno de ellos en función de cómo se responda la pregunta de quién puede dañar más a Pepe y R. Carvalho, los centrales del Madrid.
Tottenham tiene una cita con la historia. Luego de mucho tiempo, vuelven a sonar los nombres de Blanchflower y de Jimmy Greaves, de Villa y Ardiles, de Hoddle, de Lineker. El equipo que jugará con el Madrid responde fielmente a la línea de preferencias futbolísticas de White Hart Lane, por más que deba recibirse de grande, en Europa y ante el Madrid, nada menos.